Saturday, September 24, 2005

Memoria marcada a fuego: III - Persecución

Estaba camino al trabajo cuando me llamó la atención un Peugeot que se puso a la par con dos hombres, uno de los cuales el de la ventanilla no cesaba de mirarme. Había tenido una mala noche, estaba cansado, de mal humor y me daba por las bolas la insistencia de este tipo. Desvié mi camino y tomé por otras calles y el otro auto me seguía pegado como una estampilla. En una esquina detuve la marcha de golpe, tuvieron que hacer una maniobra arriesgada para no chocarme, me pasaron y yo aproveché para bajar a un kiosco a comprar tabaco. No tenían mi marca, es difícil conseguir tabaco en cualquier kiosco, yo, mi Cavendish lo compro por el centro, en una tabaquería especial, compré un par de caramelos, me subí y proseguí mi marcha. Grande fue mi sorpresa cuando a los docientos metros vuelve a ponerse detrás el Peugeot 403 negro con los dos tipos adentro. Allí nomás me acerqué a un policía para hacerle llamar la atención,(podrían se chorros) y en ese momento aceleran y me rebasan por el costado, me pareció o creí ver que saludaban al policía. Cuando me detuve, el agente se acerca cordialmente y me pregunta que necesito, como no quise quedar como un loco le pregunté por una calle cualquiera, le agradecí y continué mi marcha. Esa mañana no me los volví a cruzar hasta llegar a la fábrica. Al entrar todos me recibieron muy afectuosamente, siempre tuve buena relación con los empleados a pesar de ser uno de los socios. Me fuí a mi despacho y mis otros socios me pusieron al tanto de lo ocurrido el último mes, el negocio no marchaba bien, la baja del oro y los pocos pedidos recibidos iban a hacer que tuviéramos que suspender la producción dos semanas al mes, eso significaba licenciar gente, no me gustaba, yo me sentía rsponsable de las familias que dependían de nosotros, de nuestros pagos, no me parecía justo. Para descomprimir la situación quedamos en seguir charlando a la tarde, me preguntaron por mi operación, cuando volvía a jugar al tennis y después se pusieron a hablar de cosas banales, viajes que tenían planeados, de los engaños de uno de ellos a su mujer, y otras boludeces, allí yo me desentendí de la conversación, cada tanto decía si, aha, humm, cualquier cosa pero ya no estaba con la cabeza en ese despacho. En realidad ya no los escuchaba, estaba ausente y mi mente se iba poblando de las imágenes de las últimas 24 horas. Al mediodía salí para almorzar al restaurant de Pepe, en Venezuela y Castro Barros y cuando estaba llegando a el creí ver de nuevo el Peugeot negro. No lo puedo asegurar, pero de ser así esto empezaba a preocuparme.

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